Comida con motivo del primer aniversario de la inauguración de los talleres gráficos de la Editorial Claridad, en la calle San José de la ciudad de Buenos Aires (1925). En la fila de los sentados, el primero de la izquierda es el editor Antonio Zamora; el tercero de la izquierda, Roberto Arlt; y el último, Elias Castelnuovo.
Pocos años antes de morir Karl Marx en la soledad de Londres, ya comenzaba a proliferar en Europa una legión de diminutos epígonos, empeñados en malversar la formidable herencia teórica del genial pensador de Tréveris.
Accesibles folletines ofrecían un infalible mecanismo interpretativo “marxista”, que permitía descifrar el presente, el pasado y el futuro de la sociedad. Para ello bastaba establecer una correlación automática de las leyes e ideas o del arte y la literatura, con el medio económico en el que tenían lugar tales manifestaciones
Pero Marx ya había advertido sobre el carácter ambiguo y matizado que revisten las relaciones entre base y superestructura, así como de las dificultades que debía sortear el investigador que ahondara estos temas.
Es notable que Hernández Arregui asumió tales advertencias. El presente texto —tomado de su libro Imperialismo y Cultura— enfoca parte de la obra de Roberto Arlt y encuentra, con certero rigor y lejos de cualquier simplificación mecanicista, algunos síntomas generales de la clase media de Buenos Aires durante la llamada “Década Infame”.
La inteligencia argentina de esa época, molida por la máquina del periodismo, después de 1930 se torna acre. Su realismo es grosero o enfermizo. Buenos Aires, ciudad de traficantes, no lee. Este sentimiento de fracaso intelectual ha sido expuesto por Roberto Arlt en una de sus creaciones más importantes y menos conocidas:Escritor fracasado.
En este relato, intermedio entre el drama y la farsa, se sigue el aplastamiento y deserción del escritor porteño. En él, con manifiesto material autobiográfico, Arlt refiere el lento proceso de degradación y la final nulidad del intelectual de la pequeño-burguesía porteña:
"Yo era una esperanza. Y una esperanza sin proporciones es siempre superior a una realidad mensurable. Espoloneado por mi amor propio, juré ver muy lejos, sin cavilar que mi ‘muy lejos’ pertenecía al pasado. ¡Es tan fácil, por otra parte, enunciar propósitos sin proporción!"
Pero los propósitos desproporcionados denuncian en el escritor alienado en su conciencia social, la falta de estímulos reales en una sociedad sumida en la indiferencia, en la ausencia de perspectivas.
Estos escritores asisten al envejecimiento prematuro de sus ideales. Cedieron ante una realidad endurecida. Una realidad sobre la que no podía edificarse ninguna seguridad. Algunos se suicidaron. Fluctuantes entre el nihilismo, la revolución, la versatilidad ideológica y el escepticismo político, anclaron en el individualismo agresivo o en el indiferentismo:
“¿Qué escrúpulo podía impedirme escribir un libro negativo, fabricar algo así como un Eclesiastés para intelectuales sietemesinos, demostrándoles con habilidad cuan engañosos resultaban sus esfuerzos frente a la estructura del Universo? ¿A quiénes aprovechaban sus esfuerzos estériles? ¿No era preferible vender telas tras un mostrador o pesar vituallas en una feria a sacrificarse?... ¿Y al final, con qué ventajas?... ¿Para que un lector desconocido se distrajera unos minutos en una lectura desocupada que jamás sospecharía cuentos esfuerzos había costado”.
Esta estructura del Universo que aprisiona al espíritu, es en realidad Buenos Aires, con sus desocupados, sus feriantes italianos y sus habitantes innominables perdidos en la ciudad sin espíritu, donde todo ha sido colonizado.
La angustia de Arlt refleja la pérdida de la ruta colectiva del país, percibida por todos irracionalmente y sufrida por múltiples conciencias individuales atomizadas en la ciudad cartaginesa. Sobre esta realidad el artista se siente superfluo, vencido por las fuerzas luctuosas del universo, solo frente a la eternidad. Pero este desgarramiento del "yo", no es más que la contratapa del enanismo de la propia situación social del escritor, empeñado en conquistar la gloria en el diario impersonal, en la agencia noticiosa impersonal, en el monopolio impersonal con sede en Londres o en Wall Street.
En este cuento de Arlt se siguen paso a paso, en magistral análisis psicológico, las dudas del escritor de "conciencia turbada", como se dice ahora, entre la acción y el refugio en el arte puro.
(...) He aquí el retrato del escritor pequeño-burgués. El hombre angustiado de Roberto Arlt es la baja clase media acorralada de la década del 30. La expresión de su protesta impotente. De su aislamiento material. Transportada a la esfera del Arte, esa realidad mezquina se disfraza con la crítica desesperada del género humano que oculta al porteño real de los barrios empobrecidos tras la tabulación estéril del dinamitero, caricatura literaria del individuo hostigado, sin conciencia de las relaciones objetivas que lo condenan al desequilibrio con la sociedad.
El pequeño burgués ve su situación desde un ángulo falso. En las épocas prósperas su relativa independencia económica le impide concebirse como miembro de una clase. Pero en los momentos de intranquilidad se siente repentinamente desgarrado. Y es que en los períodos de crisis la pequeño burguesía está efectivamente desgarrada. En cada uno de sus integrantes late la ambición de 300 Millones (1).
Su referencia sufriente al mundo, aunque se tiña de amor a la humanidad, es fruto del divorcio entre la vida y el deseo de afirmarse en ese mundo fundado en el dinero.
Por eso, los personajes de Roberto Arlt, pese a su condición de fronterizos, son psicológicamente veraces. La novelística de Roberto Arlt, es con relación a la pequeño burguesía urbana sin conciencia del país, el enigma literariamente resuelto de la crisis de 1929, la solapada miseria de una clase vista con lente de aumento. Una época en la que se estrellaron las esperanzas de la casita propia, del empleo estable, el pobre “optimismo de los triunfadores de mañana”.
Los personajes deshechos de Roberto Arlt intuyen un destino lóbrego del que se sienten prisioneros. Esta fatalidad aciaga, impalpable, los determina sin esperanzas. Todos terminan en el ensueño inútil, en el fracaso frente a la realidad hostil. El ser solitario que sufre, sin conciencia de su propia situación social, hipostasía su sufrimiento en la religión, en el arte, el anarquismo ético o el suicidio.
La frecuencia de lo sorpresivo en sus novelas reproduce bien esa fe en la casualidad salvadora, en el azar milagroso, en un mundo real condicionado donde el individuo sucumbe frente a las posibilidades sobresaturadas del mercado.
No es casual que estas fantasías de los seres desdichados de Arlt prendan, con frecuencia, en personajes que aspiran a convertirse en inventores científicos y millonarios; y refleja, además, el sentimiento de la inutilidad de la inteligencia pura en un mundo así.
Sus personajes son idealistas que no han tenido éxito en el mostrador del tendero. Una realidad material sombría los empuja al ensueño. Todos los personajes de Arlt son ilusos marcados por la humillación social. Su literatura no es ni progresista como lo ha pretendido Raúl Larra, ni reaccionaria como lo ha sostenido Roberto Saloma. Es el corte transversal de un sector social de Buenos Aires fotografiado en medio del desordenamiento económico y político del país que anuncia cambios revolucionarios de la sociedad en su conjunto.
La literatura de Arlt no es revolucionaria, pero por su desnuda brutalidad, es como la cámara subterránea de una subversión que se prepara en la oscuridad, más allá de las intenciones estrechas disfrazadas de idealismo de sus personajes. Tampoco es reaccionaria, pues implica una crítica ruda a la sociedad, pero muestra la falta de solidaridad, el aislamiento aritmético de grupos urbanos cuyos individuos, en su egoísmo, deambulan fragmentados por el mundo.
La obra de Roberto Arlt es indispensable para comprender la psicología de la baja clase media porteña pauperizada en un momento social de su desarrollo urbano, aterrorizada por la crisis e inclinada tanto a la fraseología revolucionaria como a los compromisos más abyectos.
(1) Nombre de una obra teatral del propio Roberto Arlt.
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