Armando Tejada Gómez
Como si al fin partiera una guitarra
por las ubres sonoras, por el canto
y crecido a rigor, a lento oxigeno,
me hundiera en un verano despiadado
en el músculo a música del río angosto
de viajar, trémulo, largo.
Desciendo al corazón de la memoria,
desnudo del lenguaje y las señales,
de bruces en el tiempo tamborero
al sueño vertical donde quedaste
dormido de calor, chispa por dentro,
hoguera nocturnal, tropero, padre.
Un sismo de vigüelas te derrumba
el potro cardinal que te habitaba.
esta ausencia de cañas por mi ojos,
esta lúcida música en mi espalda,
un áspero rumor de lejanías
te repite la sangre galopando,
te transita conmigo galopando,
te levanta en mi sombra galopando.
Vigía del sudor, tierra contigo,
aún me anda tu sed los maxilares,
desde la turbia historia agazapada
que te ataba las manos con el hambre
para que por mi boca fabulosa
escupa el cardo cruel de tus harapos,
de tu enorme pobreza, de tu frío,
de tu inmenso perfil donde mi raza.
¡Ah numeroso peón!
desde tu ausencia me ha quedado
la boca gusto a macho,
un dormido relámpago en los dientes
y una fe de cuchillos milenarios.
Y cuando en el rocío te me acercas
a besarme las piernas con que avanzo,
te nombro enteramente en la promesa,
que me ha partido el pecho a dos ombúes
por donde va cruzando la esperanza.
Diseminado padre por la tierra,
baqueano en las estrellas, caravana,
galope todo azul, rumbo en el viento,
qué musical caballo el que montabas
cuando urgente de mí, son en tu médula,
un rito de malambos me anunciaba
entre tercas bagualas de cien leguas
para que descendiera a las guitarras,
increíble de silvos mañaneros,
cristal a la intemperie, vuelto zamba.
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