viernes, 15 de julio de 2011

Hemos perdido


Nadie piensa de sí mismo que es malo. No hay persona que no considere buenos sus argumentos y suficientes sus justificaciones. Y debe haber pocas cosas más peligrosas que un ser humano con algo de poder (un arma, por ejemplo) y capaz de considerar sus convicciones superiores a lo humano. "Ad majorem dei gloriam" debe ser una de las fórmulas más letales concebidas hasta el momento por la propia humanidad (y en contra de sí misma). Nada de esto es privativo de los argentinos y, ni siquiera, de los porteños. Otras cosas sí. Por ejemplo, los habitantes de este territorio realizaron en alguna época trece paros nacionales reclamando que no se pagara la deuda externa. Podrá decirse que quienes decidían tales desmesuras eran aviesos sindicalistas aliados con un perverso partido político poco acostumbrado a ser opositor y capaces de cualquier cosa con tal de desestabilizar a los gobernantes (con bastante ánimo destituyente, diría). Pero quienes paraban –o muchos de ellos, para ser más preciso– eran los mismos que por ese entonces votaban a Alsogaray y luego a Erman González o Cavallo. Este era (es) un país donde un partido autoritario de derecha se llamaba "de centro democrático". Es decir, un país donde, como señala brillantemente Gustavo Fernández Walker en una entrada de su blog, nadie quiere ser de derecha, aunque lo sea. Donde la identificación de la derecha con el mal es tan fuerte que decir "soy de derecha" equivaldría a hacer aquello que el ser humano nunca hace: reconocer que es malo y le gusta serlo.
Como dice GFW, no hay muchos misterios. Si se piensa que gran parte de los problemas de los porteños se deben a los extranjeros (pobres) y a los provincianos (pobres) que llegan a la ciudad, si se cree que el Estado no debe velar por ciertos bienes como la cultura y que estos deben estar regidos por lógicas más comerciales, si se sostiene que el colapso de la salud pública está causado por los bárbaros (los de afuera), se es de derecha. Y si en el voto prima esa convicción (ad majorem dei gloriam) por sobre la flagrante incapacidad de los votados incluso para conseguir esos objetivos que supuestamente se estarían buscando –por favor, que alguien me muestre (y me demuestre que existen) los planes de Macri en relación con la migración, tanto interna como externa–, esa decisión es objetivamente ideológica (la ideología se impone a la experiencia) e inocultablemente de derecha.
Nunca, jamás, una ciudad tiene una sola cara. Pero hay colores que logran darle una tonalidad al conjunto. Uno podía imaginar, en algún momento, a Buenos Aires más parecida a uno; más cerca de mirar películas en blanco y negro que de bailar reggaetón en amarillo. El tono general era el de una ciudad con una impronta cultural importante, con un perfil en el que la educación pública y la universidad estatal eran definitorios. No todos eran así, desde luego, y puede suponerse que para muchos ese color era tan agresivo como lo son, ahora, los globos y el bailoteo para la gente como uno. Tal vez la explosión de Fito Páez se relacione con eso. Con sentir que el rasgo general de la ciudad ya no está definido por nosotros. Con comprobar que, por primera vez, sus dirigentes se han recibido en la UCA y no en la UBA. Con aceptar que hemos perdido. Pero, como con el menemismo –el otro anatema con el que los democráticos nos volvemos antidemocráticos–, no es el macrismo el que crea a sus votantes sino lo contrario.
Hay que pensar que esos (para mí) horribles bailoteos con globos se parecen mucho más a la ciudad real que lo que nos gustaría admitir. Que para una parte muy importante de los habitantes de esta ciudad, los problemas se resuelven no con la solidaridad y con políticas de inclusión sino con la exclusión. El gobierno de Macri ha sido, en ese sentido, absolutamente confrontativo. Ninguno echó a tanta gente; ninguno tuvo tantas fantasías de fundación. Y, en muchos casos, las decisiones fueron tomadas como venganza y como afrenta. No otra cosa fue la primera directora de Radio de la Cudad, ex encargada de marketing de Wella (la empresa de shampúes), obsesionada con el horario de firma de los locutores y capaz de interrumpir durante todo un mes la programación de la radio (durante su gestión todos los programas terminaban en diciembre para recomenzar en febrero) para que ningún contratado pudiera tener continuidad de un año al otro. Hay que aceptar que quienes, conociéndolo, han elegido ese modelo de gestión, que quienes sabiendo que el metrobus es, en realidad, el tren fantasma y que por las bicisendas sólo transitan palomas y paseadores de perros, tenían derecho a hacerlo. Hay que reconocer que quienes defendieron un gobierno que se dedicó a pintar los faroles de las plazas de dorado, que gastó 150 millones de dólares en una refacción del Colón que no facilitó sus posibilidades de producción y septuplicó los precios de las entradas más baratas, y que reemplazó la planificación urbana por los negocios inmobiliarios, lo hicieron de manera lícita. Que no es posible condenarlos por apoyar a un hombre procesado, que concibió la policía de la ciudad para el espionaje (incluso el familiar), que no distingue entre lo público y lo privado y que entregó toda la obra pública a empresas de las que fue socio. Que una población (o casi su exacta mitad) no es condenable por ser de derecha (aunque no le guste admitirlo) y, ni siquiera, por serlo hasta el punto (ad majorem dei gloriam) de pasar por encima de la medianía de los logros para defender la supuesta altura de la Idea.
http://cuentosdelpescador.blogspot.com/

1 comentario:

  1. El concepto de liderazgo implica que el que surge como cabeza o guía representa el pensamiento y sentimiento del grupo o sociedad al que pertenece.
    Si Mauricio Macri es el líder de la Ciudad de Buenos Aires, y tiene chances de seguir siéndolo, tendremos que pensar como pensamos, sentimos y nos comportamos los porteños.
    Los porteños, siguiendo a Macri, somos poco solidarios, no nos importa que el Gobierno de la Ciudad se ocupe de las escuelas, ni de la salud pública, total pagamos nuestra prepaga y llevamos a nuestros hijos a colegios privados, pero sí nos importa que asfalte sólo la calle donde vivo, el túnel por el que paso o le ponga una plantita a mi vista.
    No nos importa que no cumpla con la ley de basura cero, total la basura la llevamos donde corresponde: a la provincia…
    No nos importa que haya vetado más leyes que Menem en diez años, un verdadero líder hace lo que quiere…
    No nos importa la igualdad, que cada uno se ocupe de sí mismo, y el pobre que se joda.
    El inmigrante que vuelva a su país, y nos dejé en paz, “si sólo vienen a robar”, nosotros no lo necesitamos para que nos limpie la mierda o cuide de nuestros hijos…
    Los porteños, si somos como nuestro líder actual, no sabemos hablar, ni siquiera bailar, pero eso no importa, total podemos pagar quién nos sople al oído y quién nos enseñe unos pocos pasos de cumbia para parecer del pueblo.
    Nos gustan los globos de colores, Halloween, y el día de acción de gracias, ¿eso no es solidaridad con nuestros hermanos norteamericanos?
    Nos gusta que nos prometan el oro y el moro y después no lo hagan, total todo es culpa de otro, el gobierno nacional, los inmigrantes, los estudiantes, los pobres, las Madres, los zurdos….
    Si somos así, quiere decir que no leemos ni el Billiken, que la histeria es nuestro modelo a seguir, y que el narcisismo nos brota por los poros, ¿acaso no somos los mejores?
    Si somos así la cultura es organizar recitales pero cerrar centros culturales, usar el teatro San Martín para hacer fiestas privadas, y contratar a músicos extranjeros en el Colón, pagarle el triple, pero no a nuestros músicos porque son K.
    Si somos así, como él, será que no podemos más que mirar nuestro ombligo y participar de los programas de Susana y de Mirta para contar como casi nos tragamos un bigote de plástico.
    Si somos como Macri, no importa que estemos procesados por espiar a los opositores, total es todo un invento de los que no nos quieren…
    En fin, si somos como nuestro líder, sigámoslo votando, pero si no te sentís como él, entonces demostralo con un mínimo acto de participación y pensá claramente tu voto.

    Sergio Herchcovichz, Psicólogo

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