España y Argentina van a medirse en Buenos Aires y esta simple definición, que por sí misma justificaría que el mundo del fútbol se parase durante hora y media, es además una buena ocasión para echar la vista atrás y hacer examen de conciencia, recordando lo mucho que le debe España a Argentina, y no solamente en el fútbol.
Si nos ceñimos a este, hay un momento sobre todo que nadie debería olvidar: diciembre de 1946. Dice la historia oficial que el fútbol español es de origen inglés, como en casi todo el mundo. Lo es, pero su desarrollo es argentino. El deporte, ciertamente, lo trajeron británicos –como el lawn-tennis o el cricket, que no arraigó- y también españoles que habían pasado por los dominios de la reina Victoria y Eduardo VII a finales del XIX y principios del XX. En aquellos tiempos los ‘sports’, y el ‘football’ en particular eran vistos por las clases ilustradas como algo positivo, que permitiría a la anquilosada juventud española adquirir estilos de vida saludables.
En 1946 el balompié, como lo quiso llamar Mariano de Cavia, ya había echado raíces y era un deporte de masas –también había pasado a ser el moderno opio del pueblo-. Y en España se llevaba muy a gala, como en tantas cosas, jugarlo ‘a la española’, que venía a ser repetir una y otra vez aquello de “a mí el pelotón, Sabino, que los arrollo” y la Furia de Amberes 1920: campos pelado o embarrados, terribles balones cerrados con correa o costuras que se golpeaban con pies blindados por botas de cuero durísimo –lógico, ya que ese balón sin impermeabilizar iba absorbiendo agua y barro hasta convertirse en un mazacote pesadísimo-. De rematar de cabeza, ya ni les cuento: vean las imágenes añejas de delanteros con la cabeza vendada. Y para desenvolverse sobre el campo, raza, mucha raza, como se decía entonces.
La propaganda oficial nos contó durante mucho tiempo que los españoles no éramos racistas, pero a la vez se nos machacaba con las ‘virtudes de la raza’, superiores a todas las demás. No dejaba de tener su lógica después de una guerra civil en la que ambos bandos se habían reclamado como el verdadero bando nacional, mientras el enemigo estaba vendido al extranjero (soviéticos o nazi-fascistas, según). En las crónicas de los partidos de la época se repetían constantemente las palabras raza, furia, virilidad, españolía… O sea, patadón y tentetieso, básicamente.
Pero el fútbol triunfaba. La gente vibraba con el Atlético Aviación, el Real Madrid (en aquella época los criptorepublicanos preferían al Madrid, que llevaba el nombre de la ciudad mártir, en vez de a su eterno rival, muy vinculado al régimen y que les recordaba a quienes les habían bombardeado durante tres años), el Atlético –se le llamaba así entonces- de Bilbao, Sevilla, Barcelona, Mundo, Asensi, Pruden, Martín, Igoa, Eizaguirre, el joven Zarra. Al fútbol se le concedía licencias, como que a Guillermo Gorostiza se le llamase ‘Bala Roja’, nada menos.
Fuera de los campos, eso sí, hambre, mucha hambre. Acabada la Guerra Civil, con medio país devastado, el principal problema de los españoles era comer, y en su contra se conjuraban la ineptitud de un gobierno autárquico y el bloqueo extranjero. El gobierno obviaba lo primero y acentuaba lo segundo en sus explicaciones, como Fidel Castro años después, qué curioso.
Y ese momento, Argentina llegó al rescate. Podemos decir, con razón, todo lo que queramos sobre el carácter siniestro del franquismo y sobre las motivaciones de Perón, pero el caso es que si muchos de nuestros padres y abuelos pudieron salvarse de la inanición, fue gracias a los millones de toneladas de trigo y carne argentinas que Evita Perón trajo bajo el brazo cuando nadie más quería hacerlo y eso, otras consideraciones aparte, es una deuda que siempre tendremos. Argentina alcanzó entonces los tintes de una tierra de promisión para los españoles, al igual que cuando unos años antes muchos bisabuelos y abuelos manchegos, gallegos, andaluces y demás cambiaban la miseria cierta de sus tierras por la emigración, y en esos años 40 quien no pensaba en repetir el camino, soñaba con el retorno del tío argentino con su hipotética o real fortuna. El contraste que en aquellos años 40 hacían la exuberante y espontánea Evita Perón con la fúnebre y estirada doña Carmen Polo también hacían su efecto…
Pero divagamos. El caso es que en ese periodo de maridaje hispano-argentino vino a realizar una gira de exhibición por España el San Lorenzo de Almagro, uno de los históricos del fútbol argentino que el año anterior se había proclamado campeón del país austral. Su estrella era René Pontoni. Con él estaban Martino, Farro… y Ángel Zubieta, el jugador más joven en debutar en la selección española en ese momento, y exiliado en Argentina desde la gira de la selección de Euskadi durante la guerra. No es que se supiera gran cosa del conjunto ni sus jugadores, que la información de entonces no era la de ahora… Pero bastó con que se pusiera a jugar.
Aquel San Lorenzo de Almagro, aquella gira, causó una impresión tremenda en España. Una impresión duradera y que constituyó, sin lugar a dudas, el punto de partida del fútbol moderno español. El San Lorenzo jugaba distinto. Construía jugadas desde atrás. Movía el balón en horizontal. Buscaba el espacio libre. Hacía moverse el balón por sí solo. E incluso sus jugadores eran distintos. Para empezar, no usaban la blindada bota española, sino una más ligera, más suave, de caña más baja, que dejaba el tobillo libre –a riesgo de dejarlo expuesto a tremebundas patadas- y a cambio permitía mover el pie con más libertad e incluso usar el empeine.
El 23 de diciembre de 1946, el San Lorenzo comenzó su gira ganando 1-4 al Atlético Aviación. Dos días después sucumbió ante el Real Madrid 4-2. En sus siguientes partidos, ganó dos veces a la selección española (5-7 y 1-6), empató con el Athletic, Sevilla, Deportivo y Valencia (3-3, 1-1, 0-0 y 5-5) y tuvieron tiempo de pasarse por Portugal para golear también allí (4-10 a la selección y 4-9 al Oporto).
El encuentro realmente imborrable fue el jugado el 1 de enero de 1947 contra la selección española (1-6). Las paredes de los argentinos masacraron a un combinado nacional con los hermanos Gonzalvo, Arza, el veterano Lángara (también exiliado en la posguerra, ex jugador de San Lorenzo y máximo goleador en Argentina) y Herrerita. Cuando en una de las jugadas Martino, solo ante un Bañón que iniciaba la salida, levantó el balón y lo cabeceó a la red, la ovación fue indescriptible, según cuentan las crónicas de la época.
Aquella gira hizo cambiar las ideas del fútbol español. Y no era fácil (recuerden lo de la ‘raza’). Lo hizo hasta el punto de que jugadores antes desdeñados por ‘blandos’ como el bilbaíno Panizo pasaron a recibir la confianza de los entrenadores y pasar al estrellato. Luego hubo, acá y allá, triunfos y decepciones, pero el crecimiento del fútbol español partió de aquellos partidos.
No es esa la única deuda que el fútbol español tiene con el argentino. Tras el 1-6 a la selección en Barcelona, Pep Samitier trató por todos los medios de fichar a Martino para el Barcelona pero éste no quiso abandonar su país. Luego sí llegaron muchos: Di Stefano, Ayala, Heredia, Maradona, Valdano, Kempes, Agüero… hasta llegar a Leo Messi, que combina lo mejor de los dos mundos, la ‘genética’ argentina y la formación europea. Han venido, en efecto, también verdaderos tuercebotas pero el balance no puede ser más favorable para ambos. Dijo Borges que quizá el Cantar del Mio Cid sea la compensación cósmica que merece una de las odas de Píndaro. Quizá también muchos defensas leñeros o delanteros inoperantes que trajeron mil representantes fueran también la misma compensación debida por una sola jugada de Di Stefano o de Maradona.
Por eso, cuando esta noche España y Argentina se enfrenten, estaremos viendo algo más que un simple partido. Estaremos viendo lo que debe ser una fiesta entre dos países, entre dos sociedades, que tienen mucho más en común de lo que casi todo el mundo es consciente. Empezando por esos abuelos y bisabuelos que iban a Argentina huyendo del hambre y que en 1978 desplegaron banderas de 50 metros en los partidos de España en el Mundial, siguiendo por esa herencia del San Lorenzo y los que le siguieron. Y ya sabemos que tuvieron que trabajar duro y que en Argentina se cuentan chistes de gallegos, igual que aquí los contamos de argentinos, pero si somos sinceros y echamos la vista atrás, debemos concluir en que todos nos debemos mucho y hoy es día de celebrar, aunque, volviendo al gran Jorge Luis Borges, él se reclamara más heredero de la tradición anglosajona que de la hispánica. Dios le haya perdonado.
Fuente: Diario Marca, de España
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.