De Afganistán a Malvinas
El dinamismo de la política imperialista no cede. Es inevitable que así sea pues, como sucede con un hombre que monta en bicicleta, el movimiento es la única garantía que tiene para conservar el equilibrio.
A poco más de un año de la asunción de Barack Obama como presidente de Estados Unidos la realidad ha confirmado lo que preveían los observadores más escépticos del irresistible ascenso del carismático líder negro, primer hombre de color en empinarse a tan alto cargo. Esto es, que el nuevo presidente no iba a cambiar o no podría cambiar nada. Más que nunca, por lo tanto, quienes vivimos bajo la férula –directa o indirecta- del sistema mundial capitaneado por Washington, debemos hacer nuestras propias cuentas y visualizar nuestras propias opciones para escapar del torno que nos oprime.
El momento es de riesgo para América latina. Los problemas de Estados Unidos para sostenerse en la cúspide como única superpotencia mundial no son pocos. Lejos de disuadirlo, ello tiende a exacerbar su agresividad en las áreas que estima claves para conservar los recursos esenciales para mantener la supremacía. En el Asia central y el Medio Oriente ese activismo norteamericano es más que notorio. El resultado de los emprendimientos militares que sostiene en Afganistán o Irak es vidrioso y no es improbable que se sellen en sendos fracasos a largo plazo. Pero de momento están en auge. Y sirven asimismo para reconfirmar el enfeudamiento de los países de la Otan al programa norteamericano de expansión hacia el Este. El 4 y el 5 de febrero se reunieron en Estambul los 28 ministros de Defensa de los países pertenecientes al pacto. Esa reunión seguía a otra mantenida en Bruselas que juntó a 63 altos jefes militares, más sus equivalentes de Israel y Pakistán. La primera de las reuniones mencionadas fue presidida por el comandante de los 150.000 soldados estadounidenses estacionados en Afganistán, el general Stanley McChrystal, mientras que la otra contó con la dirección del Secretario de Defensa del gobierno de Obama, el señor Robert Gates. El temario estuvo centrado en la guerra afgana y en el nuevo concepto estratégico de la alianza, que incluye el despliegue de varios “escudos antimisiles” en la frontera o en las proximidades de las fronteras rusas. Rumania se ha añadido a Polonia y a la República Checa en la disposición de albergar esos sistemas de armas, claramente dirigidos a inhabilitar la capacidad de respuesta rusa a una eventualidad militar que la amenace. La fractura del sistema de disuasión nuclear se haría así inevitable y la potencial respuesta del Kremlin o al menos la adopción de contramedidas estratégicas dirigidas a contrabatir el acoso a que se verá sometido, tensará aun más la situación.
Todo esto engendra peligros de una magnitud difícil de valorar, pero en cualquier caso indica que el mundo está ingresando a una época volátil. Esto no es nuevo; no bien se derrumbó el “socialismo real” la agresividad estadounidense se instaló por sus fueros; pero en ese momento la capacidad de reacción del adversario global se veía reducida por el caos que siguió a la disolución de la URSS, mientras que hoy Rusia tiene un gobierno fuerte, que podrá disgustar a muchos pero que evidentemente está en disposición de resguardar sus intereses nacionales y de comenzar a reconstruir la zona de influencia que le es propia. En Ucrania en primer lugar. La primera ministra Yulia Timochenko, aleccionada por la realidad respecto de lo que significa la presión rusa en materia de consentir la circulación gasífera con destino a Europa occidental, en la práctica se ha alejado de sus posturas originales, orientadas a favorecer los vínculos con la UE y la Otan. Esto dejaría a ella y al pro ruso Víctor Yanukovich frente a frente en una elección que, respecto a la relación con el Oso, no prevería mayores sobresaltos y que, desde luego, limitaría los objetivos atlantistas a metas mucho más moderadas que las imaginadas por el geoestratega mayor de Washington, Zbygniew Brzezinski.
El laberinto latinoamericano
Las complicaciones crecientes en que se introduce el sistema norteamericano con el objeto de imponer su propia voluntad en el esquema globalizador capitalista no desaniman a los personeros del régimen. Por el contrario, parecería excitarlos a redondear sus ambiciones y a prevenir las amenazas de carácter estratégico que creen discernir en Estados que no les son necesariamente hostiles, pero que pretenden establecer sus propias coordenadas para orientar su desarrollo. América latina, tradicionalmente considerada por la oligarquía político-económica que controla Washington como el “patio trasero” de Estados Unidos y, por lo tanto, como su coto de caza, está cobrando nuevamente gran relevancia en el planeamiento del Pentágono. La campaña mediática contra Hugo Chávez se mantiene con el vigor de siempre y, lo que es mucho más grave, la cuestión de las bases militares USA en Colombia no admite ninguna marcha atrás, mientras se agravan las tensiones entre este último país y Venezuela. La probabilidad de una guerra entre ambas naciones, fogoneada y sostenida por Estados Unidos, es cualquier cosa menos remota si no prosperan los intentos de expulsar del poder a Chávez apelando a recursos drásticos pero menos costosos: el asesinato o el golpe de Estado, por ejemplo. La existencia de trece bases norteamericanas que rodean a Venezuela desde Colombia, Panamá, Aruba y Curaçao, más la presencia amenazante de la reinventada IV Flota, son indicios inequívocos de que la tormenta se cierne en el Caribe.
La razón de la agresividad norteamericana es relativamente simple; no sólo Chávez y su revolución bolivariana representan un ejemplo y un modelo a imitar en otras regiones del subcontinente, a pesar de sus limitaciones y su incapacidad para armarse como una opción liberada de rémoras como las significadas por la corrupción y el arribismo que impregnaría a muchos estamentos del partido oficialista, sino que Venezuela en sí misma representa un reservorio en materia de energía que Estados Unidos codicia y que además importa a todo su planteamiento estratégico. Como apunta Federico Bernal en Le Monde diplomatique de Enero, la Unión americana es el principal consumidor del planeta en materia de petróleo crudo y de productos derivados, con un 22,5 por ciento del consumo mundial, seguido por la Unión Europea con el 17,9 por ciento y China con el 10 por ciento. Estados Unidos perdió su autosuficiencia energética poco después de la segunda guerra mundial y su producción doméstica de crudo está en baja desde 1985. Colombia, Ecuador y Venezuela aportan el 14,63 por ciento del petróleo que importa Estados Unidos y, de los tres, Venezuela es de lejos el país que contiene las reservas más importantes del continente. En efecto, se estima que, una vez certificadas las reservas de la Faja del Orinoco, “el país caribeño se convertirá en la mayor reserva comprobada de crudo en el mundo, con 313.000 millones de barriles (Arabia Saudita cuenta con 264.000 millones). En materia de gas natural, de confirmarse los volúmenes contenidos en el mega-yacimiento gasífero recientemente descubierto, Venezuela automáticamente escalaría de la novena a la cuarta posición como mayor reservorio mundial en este recurso”.
No hay porqué extrañarse, por lo tanto, respecto de la movilización militar norteamericana en torno de este país y acerca de las continuas denuncias de “armamentismo” que se lanzan contra este, a pesar de que los países de Latinoamérica que cuentan con el mayor presupuesto bélico son Brasil, Colombia y Chile.
El caso Malvinas redivivo
Jorge Luis Borges tuvo, en ocasión del conflicto que involucró a nuestro país con Gran Bretaña en 1982 a propósito de Malvinas, una frase tan ingeniosa como falsa: “Es la pelea de dos calvos por un peine”. Esta boutade hizo su camino en el clima de desmalvinización que siguió a la derrota argentina en la guerra. Servía como coartada para justificar el renuncio, la sumisión de los estratos dirigentes del país a concepciones tan decadentes como las del “paraguas de la soberanía” y sobre todo, el de la “política de la seducción”, acuñada por el canciller del gobierno de Carlos Menem, el desaparecido Guido di Tella, para recuperar cierta influencia en la conformación de los acontecimientos. La impotencia militar en que se encontraba –y se encuentra- Argentina frente al hecho del despliegue de la mera fuerza bruta para resolver una cuestión que atañe a su soberanía, era ficticiamente resuelta con el verso de que la razón y los buenos modales prevalecerían al final y de que la partida no valía la apuesta. Sólo un presunto borracho como Galtieri y un gobierno condenado como el de la dictadura militar podrían haber jugado la carta de la recuperación de unas islas yermas para absolver sus culpas y recuperar aire frente a la opinión pública.
Ahora, sin embargo, con el lanzamiento de la prospección petrolera de parte de Gran Bretaña, vuelve a hacerse evidente lo que estaba claro desde 1975: que las reservas energéticas submarinas del área austral son potencialmente muy importantes y que el Reino Unido, que en ciertas circunstancias podría haberse avenido a razones y negociado al menos una soberanía compartida en las islas, no iba a soltar la presa e iba a usar a los kelpers como pretexto, a través del resguardo de su derecho a la autodeterminación, para mantenerse en sus trece. En 1982 numerosos informes científicos internacionales habían puesto de manifiesto que las reservas petrolíferas de la cuenca sedimentaria que rodea a las Malvinas superarían a las existentes en el Mar del Norte. La guerra, por lo tanto, no se debió a una saturación etílica de Galtieri ni a un desarreglo hormonal de la primera ministra Margaret Thatcher; fue la expresión de una forma de escapar al persistente impasse en que la actitud inglesa ponía a la Argentina y, a la vez, la exteriorización de la astucia y la voluntad británicas para provocar esa reacción a fin de darle un corte favorable al asunto. Que la dictadura argentina haya caído en el lazo que le habían tendido, que una vez estallada la crisis haya demostrado una incompetencia supina en el plano diplomático y que la conducción de las operaciones haya adolecido de fallas que redujeron el ya estrecho margen para obtener una victoria circunstancial, es otro tema de análisis.
La guerra austral puso de manifiesto la solidez del pacto noratlántico y fue, en este sentido, un preludio al intervencionismo global de la Otan en el período posviético, que acaecería diez años después. El conflicto terminó de postrar al país, ya devastado por la represión y el desguace económico lanzado por Alfredo Martínez de Hoz. Lo que vino después no hizo sino marcar aun más esa postración. Por eso la actitud del gobierno de Cristina Fernández en el sentido de trabar la navegación de buques que se dirijan a área Malvinas cruzando el Mar Argentino sin permiso, y de tomar represalias contra las empresas británicas que estén asociadas al emprendimiento exploratorio en aguas australes, es justa y oportuna. No se puede ir más allá, lamentablemente, pero esa decisión representa un cambio nada insignificante respecto de las tesituras de gobiernos anteriores.
No se puede ir más allá, decimos. La realidad se impone y este tipo de protesta es la única posible, dada la disparidad de fuerzas. Sin embargo, subsiste otra opción. Difícil de asumir pues este gobierno, aunque esté mucho más allá de la oposición en materia de objetivos de carácter abarcador –en lo referido a la justicia social, la industrialización, la soberanía y el empleo- está lejos todavía de poseer la voluntad que es necesaria para adoptar política más duras frente a Gran Bretaña. Esto, por otra parte, existiese o no existiese esa voluntad, es provisoriamente inviable dada no sólo la debilidad de nuestro país en materia militar, sino porque ni nuestra base social ni la mera sensatez aconsejaría semejante camino para una recuperación integral de las islas. La vía para ello pasa inequívocamente por una acción coordinada con los países de América latina –especialmente con Brasil, Venezuela y Uruguay- que permita instalar al tema como un asunto que atañe a una problemática continental, lo que presupondría a su vez la existencia de una unidad entre nuestros países en el plano práctico de la defensa y la diplomacia. Falta bastante para esto, todavía.
Restan sin embargo otros caminos para hacer sentir la presencia nacional en temas como este y dentro del ámbito inobjetable y reconocido internacionalmente de los límites de Argentina. La furia privatizadora del menemismo dejó a los recursos mineros del país librados a los monopolios transnacionales. Repsol para el petróleo y la Barrick Gold para el oro son los casos más ostensibles de ese saqueo. Decimos saqueo porque los beneficios y las ganancias que arroja la explotación del subsuelo no son reinvertidos localmente. Una renacionalización de esos recursos, el retorno al principio de la inviolabilidad del suelo asentado por Irigoyen y Perón serían expedientes muy idóneos y a nuestro alcance para oponerse al curso general de la política del bloque nórdico. Para eso haría falta, sin embargo, una seriedad y una generosidad de parte de los protagonistas políticos del país que brilla por su ausencia. La oposición, embrollada en una pelea mezquina con el gobierno, no va a ser muy fácil que acuerde con este –que por otra parte no demuestra gran voluntad de lanzarse por un camino que lo complique aun más de lo que está- las políticas de Estado que son necesarias para proceder en ese sentido.
El comienzo de las actividades británicas de prospección en gran escala en el área Malvinas, la puntualización por The Observer en el sentido de remilitarizar la zona, las afirmaciones de Gordon Brown acerca de la soberanía británica sobre las “Falkland”, son parte del mismo envite que el proyecto globalizador allega a zonas como el Asia central, los Balcanes y las fronteras rusas con Ucrania y las repúblicas caucásicas. Es parte de una ofensiva general que, a pesar de la crisis que sacude a los mercados, no puede renunciar a sus objetivos, pues solo en el movimiento puede encontrar un equilibrio. Si se detiene, el sistema se cae. Habrá que esperar, por lo tanto, nuevas y más inquietantes sorpresas para el futuro próximo.
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Fuente: Reseau Voltaire.
Federico Bernal: La clave está en Caracas, Le Monde Diplomatique, enero de 2010.
http://www.enriquelacolla.com
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